lunes, 6 de mayo de 2013

El Magneto que todos llevamos dentro

El Magneto que todos llevamos dentro

Quizás el nombre de Erik Magnus Lehnsherr, no os diga mucho, pero si uso su apodo, Magneto, entonces es muy probable que la cosa cambie. Magneto es uno de los villanos más conocidos e importantes de Marvel.
La historia de Magneto es ciertamente trágica. En su infancia experimentó el horror Nazi, estuvo en el campo de concentración de Auschwitz, Polonia. Allí toda su familia pereció y él, al menos tal y como lo cuentan en la película X-Men Primera Generación(1), fue sometido a examen por los propios Nazis para poder entender y controlar sus sorprendentes poderes. Esas terribles experiencias de su infancia le hacen ser testigo del terror y las abominaciones que unos seres humanos son capaces de infligir a otros, cuando los consideran inferiores a ellos.
 
Con el paso del tiempo, Magneto se venga de sus carceleros de la infancia, pero al final acaba convirtiéndose en un verdugo como los que le atormetaron durante su infancia. Acaba defendiendo que su raza, los mutantes, son superiores a los humanos, y que estos deben ser eliminados.
 
Todos, o al menos casi todos, no entendemos como es posible que en la vida real se diera un acontecimiento tal como el Holocausto. No tardamos en calificar a Hitler y acólitos como inhumanos, animales, etc. Estamos convencidos de que nosotros nunca cometeríamos semejantes actos, pero por muy seguros que estemos de esto ¿Es realmente así? ¿Tan lejos estamos de ser un Hitler o un Magneto?
 
En la película de X-Men Primera Generación, cuando Magneto está dispuesto a bombardear las flotas norteamericana y soviética, Charles Xavier intenta convencerle de que no lo haga, el argumento de Charles es que las personas que están en esos barcos solo están siguiendo órdenes. El breve intercambio de razones que se da entre Erik y Charles es como sigue:
 
Charles: Tú lo dijiste, nosotros somos mejores, es el momento de demostrarlo. Hay miles de hombres en esos barcos, personas honradas inocentes y buenas, ellos solo seguían órdenes.
Magneto(Erik): He estado a merced de hombres que solo seguían órdenes. Nunca más.
 
Según parece Charles piensa que el seguir órdenes te exonera de responsabilidad, pero para Magneto, esto no parece ser así, la cuestión que se nos plantea es, ¿el seguir órdenes me exonera de toda responsabilidad ética? Desde un punto de vista penal existe el concepto de "obediencia debida"(2). Antes de la segunda guerra mundial el actuar bajo las órdenes de un superior te exoneraba de toda responsabilidad penal. Pero tras los acontecimientos del Holocausto, este concepto se revisó y se añadieron algunas excepciones, dicho de otro modo, desde la segunda guerra mundial el obedecer órdenes no le exonera a uno de toda responsabilidad penal, o lo que es lo mismo, hay órdenes que no se tienen porque obedecer.

De acuerdo, hay órdenes que no tenemos porque obedecer, pero la cuestión es ¿cómo de capaces somos de desobedecer una autoridad? A este respecto hay un experimento famoso que reveló parte del lado oscuro del ser humano.

Corrían los años 60 cuando Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, realizó un experimento que sigue siendo sorprendente por los resultados que obtuvo. La intención de Milgram era comprobar hasta que punto somos obedientes frente a una autoridad. Quería conocer, si seguiríamos siendo sumisos y cuanto, si dicha autoridad nos da órdenes para hacer algo que normalmente consideramos erróneo. Los resultados de su experimento fueron publicados en Journal of Abnormal and Social Psychology y llevaba como título Behavioral Study of Obedience3.
 
El experimento era más o menos como sigue. Se dispone de tres individuos, uno hará de científico, otro de “víctima” y el tercero es el sujeto de estudio. Al sujeto de estudio se le dice que va a participar en un experimento científico, su labor consiste en realizar preguntas a la “víctima” y si ésta falla, el sujeto de estudio le dará una descarga eléctrica. Tanto el investigador como la “víctima” están compinchados, y obviamente las descargas no son reales, pero la víctima fingirá que sí lo son, esto es algo que el sujeto de estudio desconoce, el cree en todo momento que las descargas son reales. Cada vez que la “víctima” se equivoca en la respuesta, como hemos dicho, recibe una descarga eléctrica, dichas descargas serán cada vez más fuertes, estando el límite de la escala en 450 voltios, es decir, más de dos veces la tensión que tenemos en los enchufes de casa. Según las descargas van siendo más fuertes la “víctima” mostrará más signos de dolor, tales como gritos, gemidos, protestas, etc.
 
Aunque algunos sujetos de estudio mostraban algunos reparos, normalmente la presencia de la figura de autoridad del investigador les hacia continuar con la prueba. El propio Milgram resumía así el comportamiento de los sujetos de estudio:

Lo que resulta sorprendente es lo lejos que pueden llegar personas ordinarias para cumplir con las órdenes del experimentador. A pesar de que muchos sujetos experimentaron estrés, a pesar de que muchos protestaron al experimentador, una importante parte de los mismos llegó a aplicar la descarga más alta posible.

Como señala Milgram una importante mayoría llego hasta las últimas consecuencias, En concreto el 62% de los participantes llegaron hasta el final de la escala, es decir, fueron capaces de suministrar 450 voltios a la “víctima”.
 
Podríamos pensar que solo somos así de obedientes ante autoridades científicas, pero la respuesta es no. En principio vale cualquier figura de autoridad para retorcer nuestro sentido de la moral. Cambiemos la figura de autoridad científica por la autoridad de un programa de televisión, un simple y sencillo concurso. El concursante hace preguntas a una persona que según falle irá recibiendo descargas eléctricas de intensidad creciente suministradas por el propio concursante. Si llega hasta el final de la escala, es decir, vence al otro concursante (“la víctima”) se llevará un millón de euros. Si nos imaginamos a nosotros mismos en dicho programa de televisión, tendemos a pensar que obviamente no lo haríamos, pero el experimento se ha realizado y el resultado es más sorprendente que el del propio Milgram: 
 
 
En esta ocasión el resultado es mucho más escalofriante, un total del 81% habría llegado hasta el final. Fijemos que tanto en el experimento de Milgram como en su versión televisiva, tenemos exactamente lo que argumentaba Charles Xavier, un grupo de gente honrada e inocente. Entonces ¿cómo es posible que sean capaces de cometer actos tan atroces como electrocutar a una persona? Milgram lo explicaba así:
Es psicológicamente fácil ignorar la responsabilidad cuando uno es únicamente un eslabón intermedio en una cadena de acciones malvadas y se encuentra lejos de las consecuencias últimas de las acciones.
Por desgracia no solo la autoridad tiene la capacidad de llevarnos a hacer lo inimaginable, el contexto también puede llegar a ser determinante. A este respecto el experimento más impactante es, sin lugar a dudas, el que realizó el psicólogo Philip Zimbardo4. Zimbardo creó una prisión ficticia en la universidad de Standford. Para ello se seleccionaron estudiantes a los cuales se les atribuía al azar el papel de carcelero o prisionero. Para que todo fuera lo más realista posible se les dotó de la indumentaria apropiada. El experimento estaba pensado que durara dos semanas pero en realidad Zimbardo lo detuvo tras la primera semana. En esa primera semana los estudiantes que hacían de carceleros empezaron a asumir su rol de forma sorprendente, pronto empezaron a comportarse como matones con los otros estudiantes que hacían el papel presos. Entre otras cosas obligaban a desfilar desnudos hacia su celda a los presos, se les rociaba con un spray para piojos, etc. Al igual que los estudiantes "carceleros" los que hacian de presos asumieron su rol, y pronto desarrollaron una actitud de sumisión y humillación ante la "autoridad" de los carceleros. El experimento de la prisión de Standford, en tan solo una semana, empezó a mostrar lo sencillo que es que una persona como otra cualquiera empiece a desarrollar un comportamiento violento y brutal o de sumisión y debilidad si las condiciones son las apropiadas. Philip Zimbardo comenta el horror que le supuso darse cuenta de que él mismo podía convertirse en un matón o en un pusilánime si se dan las condiciones adecuadas:
Finalicé el experimento no porque estuviera horrorizado por el horror que se veía en la prisión, sino por el horror de darme cuenta de que yo podría convertirme en el más brutal de los guardias o en el más débil de los prisioneros lleno de odio y siendo tan impotente que no podría comer, dormir o ir al baño sin el permiso de la autoridad.
Hay filósofos que basados en estos experimentos sostienen que los rasgos del carácter o personalidad no son estables y robustos sino que dependen de la situación en la que se encuentra el sujeto. A esta posición filosófica se la conoce como situacionismo5. Si el situacionismo es correcto, entonces todos nosotros podemos acabar convertidos en Magneto, poco importa que pensemos que es imposible, deberíamos pararnos a reflexionar sobre lo que esto implica. Desastres y atrocidades como el Holocausto se producen porque la situación en la que nos encontramos puede debilitar o corromper nuestro juicio, podemos acabar convertidos en monstruos despiadados sin apenas percatarnos de ello. Saber esto debería ponernos en guardia y hacernos estar alerta para intentar en la medida de nuestras posibilidades, si es que esto es posible, no dejar que las circunstancias conspiren contra nosotros, la otra opción es convertirnos en aquello que de normal repudiamos. Deberíamos esforzarnos por no acabar como Erik, convertidos en el villano de la película, esto es lo que nos enseña la historia de Magneto.